Los All Blacks se consagraron bicampeones al vencer 34-17 a los Wallabies en una final vibrante en Twickenham. Dan Carter fue la figura excluyente de la final.
Con un marco imponente, fue un partido de lujo. Por tercera vez en su historia, y segunda consecutiva, Nueva Zelanda alzó el Trofeo Webb Ellis confirmando todo lo bueno que viene mostrando en los últimos diez años.
Desde el comienzo el ahora tres veces campeón mundial estableció las pautas: mucha presión sin la pelota y continuidad con la misma. Así apretó a Australia, que nunca se manejó cómodo durante la primera parte, y lo arrastró a su ritmo.
Los All Blacks plantearon el juego buscando el centro de la cancha en la primera fase, con Ma’a Nonu, Millne-Skudder y Savea como arietes para concentrar la defensa Wallabie. Su propuesta de atacar con poca distancia entre sus hombres formando células intentaba evitar el espacio por donde los expertos australianos pudieran recuperar en la eventual formación.
Así tuvieron la iniciativa durante prácticamente toda la primera etapa, pero los Wallabies se mantenían sólidos en defensa y en cuanto tenían una oportunidad pescaban la ovalada. Como siempre, se destacaban en esa instancia Pocock y Hooper; sumándose Fardy ahora como tercer mosquetero.
El primer tiempo navegaba con una leve supremacía neozelandesa, gran parte del mismo careció de ritmo por las infracciones cometidas por ambos bandos y la alternancia en la posesión de la pelota. Gracias al buen pie de Dan Carter los hombres de Negro facturaban las inusuales faltas de su adversario. Bien conducidos por la batuta de la muy buena tarea de Aaron Smith, comenzaron a aprovechar el lado corto de la cancha. De esta forma conseguían sacarles a los Wallabies los espacios necesarios para eventuales contraataques. Fue en los últimos quince del parcial inicial cuando el campeón le pudo imprimir algo de continuidad a las acciones para controlar el desarrollo.
Recién amanecido el complemento, los All Blacks pegaron primero y estiraron la ventaja a dieciocho puntos con una gran maniobra de ese fenómeno que es Ma’a Nonu. El ganador empezaba a contagiar la sensación de que se llevaría el título.
Hasta allí el equipo del Canguro no había podido ser muy agresivo, la marca arriba se sus vecinos de Oceanía le quitaba toda posibilidad de ser profundos.
Pero el amor propio nunca está ausente cuando se juega una final. Viéndose en amplia desventaja los de Cheika salieron a quemar las naves. Encontraron la dinámica que necesitaban tal vez porque Nueva Zelanda se tomó un respiro como había sucedido en otros pasajes de este Torneo. Y con espacios los de amarillo recordaron a todos por qué estaban en la final ecuménica.
Con la salida de Will Genia, que no había hecho un buen partido, encontraron el tiempo para complicar con sus ágiles. Australia olió sangre. Y entonces iban Folau y Mitchell, ganaban las formaciones móviles desplazando a los rivales (algo que no había sucedido en los primeros cincuenta minutos de la puja), y generaban numerosas fases para evitar la marca neozelandesa, que seguía siendo asfixiante.
Y así se acercaron en el marcador para construir un suspenso digno de una definición de Copa del Mundo. Con un hombre más por una amarilla sufrida por su oponente marcó en dos oportunidades y llevó su desventaja a sólo cuatro puntos.
El partido decisivo se parecía a lo que los espectadores querían ver.
Pero en el banco de los All Blacks estaba Sonny Bill Williams. Saltó a la cancha para que en los últimos quince se multiplicaran sus offloads y los de negro reencontraran su ritmo.
Y en cancha también estaba Dan Carter, con una deuda pendiente en esto de jugar finales de Mundiales. Cuando Australia quedó a tiro de try para ganar, el ahora apertura del Racing de París sacó un tremendo drop desde cuarenta metros para estirar la ventaja y obligar a los Wallabies a anotar y convertir si querían igualar.
Allí renació el juego neozelandés, con Mealamu (otro que se despedía) ya en el terreno para juntar a sus delanteros y percutir sobre la defensa de Australia. Y cuando eso pasa y no se dejan resquicios el penal está al caer. Y cayó. Y Carter volvió a cobrar tres puntos para, a falta de seis minutos, poner una brecha difícil de saltar.
No terminaban de festejar los fanáticos kiwis cuando una pelota perdida por Australia en franco ataque le dio la chance a Barrett de demostrar que además es un velocista, apoyando en el ingoal del perdedor luego de una larguísima carrera. Listo. Diecisiete puntos de margen para sellar la historia y convertir a Richie McCaw en el único mortal que levantó dos veces la Copa Webb Ellis.
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