Las elecciones presidenciales del 2 de abril de 1916 fueron las primeras en la historia argentina en adoptar la Ley Sáenz Peña, que garantizaba el voto secreto y obligatorio. La fórmula Hipólito Yrigoyen-Pelagio Luna se impuso cómodamente superando a la fórmula del Partido Conservador (Ángel Rojas-Juan Eugenio Serú) con 339 332 votos contra 153 406 del Partido Conservador.[20] Además ganó en el colegio electoral con 152 votos. Después de prestar juramento ante la Asamblea Legislativa, el nuevo presidente fue, literalmente, llevado por un alud de personas hasta la Casa Rosada, sin ningún tipo de custodia personal.[2] Cuando faltaban trece electores para homologar el triunfo del radicalismo, los conservadores fueron a Santa Fe para intentar persuadir a los votantes que estaban enemistados con la autoridad partidaria. Al ser consultado por este hecho Yrigoyen dijo la famosa frase: «Que se pierdan mil gobiernos antes que vulnerar nuestros principios».[21]
El embajador de España en la Argentina asistió en representación de su país y escribió para el diario La Época las siguientes líneas:
En mi carrera diplomática he asistido a celebraciones famosas en diferentes cortes europeas; he presenciado la ascensión de un presidente en Francia y de un rey de Inglaterra; he visto muchos espectáculos populares extraordinarios por su número y su entusiasmo. Pero no recuerdo nada comparable a esa escena magistral de un mandatario que se entrega en brazos de su pueblo, conducido entre los vaivenes de la muchedumbre electrizada, al alto sitial de la primera magistratura de su patria (...). Pero todo ello había de ser pálido ante la realidad de la plaza inmensa, del océano humano enloquecido de alegría; del hombre presidente entregado en cuerpo y alma a las expresiones de su pueblo, sin guardias, sin ejército, sin polizontes.[22]
Yrigoyen había sugerido en su momento al presidente Figueroa Alcorta la intervención de catorce estados federales donde aún radicaba el fraude, práctica aún vigente tras la creación de la Liga de Gobernadores, de la que fueron sus principales mentores Miguel Ángel Juárez Celman y Julio Argentino Roca. Las intervenciones federales, llamadas de «higiene cívica», se llevaron a cabo despaciosamente por decretos del poder ejecutivo en épocas de receso legislativo. A excepción de las provincias gobernadas por radicales, que habían obtenido el poder por vía legítima, las demás fueron intervenidas. La intervención tenía por objetivo llamar a elecciones legales y fuera cual fuese el resultado el triunfador obtendría la gobernación. En muchos distritos el radicalismo triunfó; no obstante, en provincias como Corrientes y San Luis los conservadores se impusieron, y en esos casos se respetó la decisión popular. Tampoco se habían intervenido las provincias de Santa Fe, Buenos Aires y Jujuy.[23]
El triunfo electoral significó que, por primera vez, un amplio sector social excluido hasta entonces de los puestos públicos de dirección llegaba a la conducción de diferentes ámbitos estatales. Se trataba de sectores medios, sin grandes recursos económicos, ni conexiones con las clases altas.[24] La presencia de funcionarios «sin apellido» fue uno de los temas preferidos para bromas por parte de la prensa conservadora. Durante los primeros años de su gobierno, Yrigoyen se manejó por medio de decretos, puesto que muchas de las iniciativas que enviaba al Congreso no prosperaban por la mayoría conservadora aún imperante.[25] Sólo tras las elecciones legislativas de 1918 el radicalismo obtuvo la mayoría en la cámara baja.[26]
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